
Solo hay flujos y cortes de flujos, cortes como conexiones en que se transmiten los flujos, conexiones que configuran puntos de convergencia, pero a la vez de divergencia entre máquinas deseantes, puntos en los que una máquina funciona repetitivamente según la manera en que le es singular y que difiere del modo de funcionamiento de otra máquina, contigüa a la anterior, ocupando a su vez otro punto de convergencia de flujos, pero que es de divergencia en relación a los cortes-flujos de otra máquina, y así al infinito.
¿Por qué máquinas? Por varios motivos:
- Porque se trata de cuerpos que se conectan entre sí.
- Porque la operación que llevan a cabo es la de cortar flujos y hacerlos pasar, hacerlos circular de un cuerpo a otro, de una máquina a otra.
- Realizan un proceso repetitivo de conectar y volver a conectar, de volver a hacer pasar los flujos, producir continuamente los cortes.
- Porque los cuerpos están en contigüidad los unos con los otros, al modo de máquinas en una fábrica.
- Por último, y quizás el más relevante, es que una máquina es un sistema que funciona (se pone en movimiento, actúa, produce efectos) únicamente en virtud de la relación entre las partes que lo componen, y esas partes, tomadas por sí mismas, no tienen ningún lazo la una con la otra. Así, lo que habitualmente entendemos como máquina tiene entre sus componentes cajas, placas, manivelas, palancas, tubos, ruedas, botones, cables, baterías, etc. y su relación sólo tiene sentido cuando entran en el funcionamiento de la máquina.
Es desde ahí que podemos decir que todo es máquina, y que lo real consiste en máquinas de máquinas: hay ahí una recurrencia maquínica.
De manera que si llevamos esto al mundo orgánico, por ejemplo, puedo decir, según esta misma lógica, que el corazón es una máquina que a su vez es una pieza de la máquina que es el organismo, y el organismo a su vez es una pieza de la máquina que es la sociedad de la que es parte, etc. Y en la otra dirección, el corazón es una máquina compuesta de aurículas, venas, arterias y ventrículos, que en conjunto hacen pasar un flujo de sangre y lo bombean hacia las otras máquinas del cuerpo, y a su vez las venas y las aurículas están compuestas de un tejido compuesto de células, y cada célula es una máquina compuesta de otras máquinas y así sucesivamente.
Asimismo, no es raro encontrarse en el mundo científico con la comparación de la mitocondria con una máquina o con su descripción en términos maquínicos. (Para una figuración no solo de la mitocondria sino que de todas las células de un modo maquínico ver: https://www.youtube.com/watch?v=QImCld9YubE )
Con Deleuze y Guattari tendríamos que decir, entonces, que la mitocondria es una máquina, y que no es necesario compararla con una: para Deleuze y Guattari el que todo sea máquina no es una metáfora. (Ver nuestro artículo de “Introducción a las máquinas deseantes”)
Entonces, lo que Deleuze y Guattari conciben como acoplamiento o conexión maquínica es esta reunión funcional de elementos heterogéneos entre sí, y que pone en marcha un proceso que no es guiado, en un principio, por nada aparte de esa conexión entre partes. Es decir, es un proceso de producción maquínica, que no es guiado por ningún sujeto ni por ninguna unidad estable de manera absoluta.
La máquina, así, no es una unidad cerrada sobre sí misma, y por lo mismo no constituye en sí misma un sujeto que pueda decir “yo”. En el proceso de las máquinas el sujeto es siempre resultado, producto o residuo y no está nunca antes o separado del proceso que las máquinas llevan a cabo. El sujeto es siempre “pieza adyacente” de la máquina, como aquello que recorre esos círculos de convergencia que surgen de las conexiones y puntos de disyunción de las máquinas en sus múltiples relaciones.
O sea, en varios de estos sentidos, la ontología maquínica del Anti-Edipo es una ontología de conexiones y redes de conexión. Y es que las conexiones entre máquinas van armando ciertas encadenaciones más o menos estables entre las máquinas. Ahora, el punto en que queda marcada o registrada una conexión en particular, que va a volver a repetirse (el eslabón en una cadena), es lo que Deleuze y Guattari llaman disyunción, el punto de convergencia/divergencia por el que va a volver a pasar un flujo. Esas disyunciones, en un primer momento no implican ninguna exclusión. Así, en el esquema habitual que se hace de las conexiones, los puntos o nodos de conexión son a su vez puntos de bifurcación.
O sea, si nosotros pensamos que hay un flujo energético (como el flujo de sangre en el corazón o el flujo eléctrico en las neuronas) que va pasando a través de esas conexiones, los nodos o puntos de convergencia son los puntos en que el flujo va hacia un lado u otro. Ese es un punto de disyunción. Y cuando Deleuze y Guattari dicen que en un primer momento las disyunciones no implican una exclusión, quiere decir que en esos puntos el flujo va en todas las direcciones de bifurcación y a la vez recibe flujos provenientes de todos la direcciones convergentes. O sea, todo pasa, todo es incluido. Ya que, finalmente, la exclusiones solo surgen a posteriori por un “juego de inhibidores y represores” que establecen al mismo tiempo la determinación de un cierto soporte (configuración de lo que antes era un mero punto de paso como un sustento estable de esa articulación en particular). Ese soporte opera como una suerte de dique que empieza a dejar pasar un cierto tipo de flujo y a impedir el paso de otro tipo de flujos. Es solo en ese momento que la disyunción se vuelve exclusiva. Por ejemplo, si pensamos en una disyunción exclusiva que tiene gran relevancia y que genera todo tipo de problemáticas a nivel de lo social, lo psíquico y en general en la cultura, que es la diferencia entre los sexos, si lo tomamos en su sentido exclusivamente orgánico, fisiológico, vemos que hay un punto del desarrollo embrionario en que no está marcada la distinción entre los genitales femenino o masculino, lo que podríamos pensar como una disyunción inclusiva. Esto en el sentido de que ya está marcada una bifurcación aunque sea potencial, pero en estricto rigor, podríamos decir que el embrión es de los dos sexos o tiene un órgano genital híbrido. Es solo cuando se empieza a producir una inhibición del flujo de cierto tipo de hormonas para dejar pasar únicamente o de manera privilegiada a las hormonas del otro tipo, que empieza a generarse la sexuación y que la disyunción se vuelve exclusiva.
Y es solo sobre esas disyunciones, al final de ese circuito o proceso de producción maquínica, que emerge un sujeto como adyacencia o residuo. Es solo allí que se puede hablar de un sujeto específico o personal. Ahí lo que se instala es el sujeto como una trascendencia al proceso inmanente de las máquinas. En el sentido de que el proceso de cortes y flujos que hemos descrito no está separado de los mismos componentes de las máquinas y su funcionamiento en conexión. Es por ello un proceso inmanente en el entramado maquínico de lo real. Mientras que el sujeto surje como un resultado adyacente, o “a un costado” del proceso maquínico. Y si pensamos que ese proceso es equivalente a las máquinas mismas, el sujeto trasciende a las máquinas, es un más allá de las máquinas.
Referencias
-Deleuze, Gilles & Guattari, Félix. El Anti-Edipo.
