En este artículo les compartiremos los hallazgos del libro Making sex: body and gender from the greeks to Freud (1992) de Laqueur. Si deseas, puedes leer la versión en español que tenemos en nuestro drive de lecturas liberadas. Para aprender más sobre el factor colonial del género, revisa acá nuestra clase sobre el pensamiento de María Lugones.

Thomas Laqueur actualmente es profesor de Historia de la Universidad de California, Berkeley y entre sus publicaciones, está el libro: Solitary sex: a cultural history of masturbation (2003). En este link puedes ver su trayectoria académica. En su libro cuenta que comenzó a investigar la diferenciación sexual, desde que descubrió que en el s. XIX se pensaba que las mujeres quedaban embarazadas solo si tenían organismos.
Del orgasmo femenino a la diferenciación sexual
Laqueur se hace la pregunta respecto a cómo, la diferencia jerárquica en la interpretación de la organización de los cuerpos sexuados se sostiene a pesar, incluso, de los hallazgos del siglo XIX en anatomía, que apuntaban a los orígenes comunes de ambos sexos, a partir de un embrión morfológicamente andrógino, y por lo tanto, sin diferencias sexuales intrínsecas. Laqueur percibe que nadie parecía estar interesado en estos hallazgos, ni tampoco en buscar pruebas para sustentar la idea de los dos sexos, distintos de manera esencial, a nivel de diferencias anatómicas o fisiológicas concretas entre hombres y mujeres. Esto solo ocurrió una vez que esas diferencias se hicieron políticamente importantes.
Así, por ejemplo, hasta 1759, nadie se molestó en reproducir un esqueleto femenino detallado en un libro de anatomía, para ilustrar su diferencia con el esqueleto masculino. Hasta ese momento se concebía solo una estructura para el cuerpo humano: la masculina (Schiebinger, L., 1989).
Para Laqueur, en lugar de ser consecuencia del aumento de conocimientos científicos, las nuevas formas de interpretación del cuerpo, eran resultado de desarrollos más amplios, que se remiten a cambios en los modos de pensar, atravesados por aspectos políticos.
“El crecimiento de la religión evangélica, la teoría política de la Ilustración, el desarrollo de nuevos tipos de espacios públicos en el s. XVIII, las ideas de Locke sobre el matrimonio como contrato, las drásticas posibilidades de cambio social abiertas por la Revolución Francesa, el conservadurismo postrevolucionario, el feminismo subsiguiente a la Revolución, el sistema fabril con su reestructuración de la división sexual del trabajo, el crecimiento de una economía de libre mercado de servicios y mercancías, el nacimiento de las clases, todas esas cosas influyeron por sí mismas o en combinación: ninguna de ellas fue causa de la construcción de un nuevo cuerpo sexuado”
Thomas Laqueur, Making sex: body and gender from the geeks to Freud (1992), p. 33
Esta diferenciación binaria que conocemos hoy, fue establecida por el conocimiento científico de finales del siglo XVII y XVIII, con un importante contenido racial-colonial.
Así, S.T. von Soemmerring (1788) escribe en “Sobre la diferencia física entre el moro y el europeo”, que los afrodescendientes tienen un cerebro más pequeño y huesos más toscos, a la vez que las mujeres se predisponen a la vida casera, por tener útero.
Hacia el final de la Ilustración, la ciencia médica dejó de considerar el orgasmo femenino como un hecho relevante para la concepción. De acuerdo a Laqueur, se erradicó la antigua sabiduría que decía “nada mortal llega a existir sin el placer”. Recién en 1836, el Dr. Michael Ryan probaba que “la mujer ni siquiera tenía que estar consciente en la relación sexual para concebir ni sentir placer” (Ryan, M. 1836, p.246).
Este “descubrimiento” abrió la discusión sobre la “pasividad femenina”, ya que esta independencia entre concepción y placer en mujeres, generó un debate político sobre “una naturaleza pasiva de la mujer” (Ryan, 1836). Para Laqueur, cuando a finales del s. XVIII, se afirmó que las mujeres no se preocupaban por las sensaciones sexuales y carecían de pasión, el orgasmo fue un indicador biológico de la diferencia sexual hombre-mujer, que no se debía al progreso científico sino más bien a una decisión política.
Modelo unisexo: la mujer como hombre incompleto
Laqueur pone atención a lo que plantea Barbara Johnson (1982), cuando no restringe el problema de la sexualidad a un asunto exclusivamente humano, y asume que el macho es manifestamente el sexo opuesto que la hembra, también en otros animales. Sin embargo, para Laqueur, poco importa si los genitales de la elefanta (foto 1) se asemejan al pene, porque en general el sexo de los elefantes nos importa poco; más bien, el hecho se vuelve notable y chocante cuando se aplica a nuestra especie con la misma óptica, desde la historia (figura 18, en el libro de Thomas Laqueur, foto 2).
Durante milenios, en medicina era común decir que la vagina era un pene interior, los labios un prepucio, el útero un escroto y los ovarios eran testículos. De hecho, no había nombre para “ovario”: en la antigüedad, los médicos se referían a ovarios con la misma palabra que testículos. Por ello, y contra el sentido común que se había establecido durante siglos, Thomas Laqueur hipotetiza que el dimorfismo sexual se transformó en un hecho importante debido al contexto sociopolítico.
Laqueur documenta en su libro que antes de la diferenciación sexual binaria predominaba el modelo unisexo. Así, por ejemplo, Galeno de Pérgamo, médico, filósofo y cirujano del Imperio Romano, escribió:
“Volved hacia fuera (los órganos genitales) de la mujer, doblad y replegad hacia dentro, por así decirlo, los del hombre y los encontraréis semejantes en todos los aspectos”
Galeno de Pérgamo (c.130-200) citado por Thomas Laqueur (1992).


Berengario (1975) asegura a sus lectores que no deben dudar que el cuello del útero es como el pene y su receptáculo, con testículos y vasos, semejante al escroto. En la ilustración de la derecha (fig. 17 en el libro de Thomas Laqueur), se describe visualmente cómo se identifican los ovarios como testículos y las trompas de Falopio como los conductos espermáticos.
Para Galeno, mujer y hombre estaban vinculados por una anatomía en común, que hacía a la mujer como la versión inversa y menos perfecta del hombre. La mujer tiene los mismos órganos pero en lugares equivocados (Tallmadge, 1968). Aristóteles, en su Historia Animalium (343 a.c.), señalaba que los órganos femeninos eran los mismos que los masculinos, pero en menor potencial de desarrollo, como ojos a los que no se les permite ver y permanecen imperfectos: la vagina sería un pene nonato, el útero un escroto atrofiado, y así sucesivamente.
En esta época, hombres y mujeres eran distintos pero no de sexos separados, porque difieren “en materia” y no “en fórmula”. Para Aristóteles, las mujeres no difieren de los hombres como el círculo al triángulo, sino como un triángulo de madera a uno de bronce.
Teoría de fluidos y las temperaturas
La teoría de que mujeres y hombres pertenecían al mismo sexo pero en distinto desarrollo de potencial, también iba acompañada, según documenta Laqueur, de una concepción de los fluidos. La sabiduría antigua consideraba que el comercio sexual era médicamente necesario para aliviar algunos estados humorales, por “exceso de semen”. Esto apuntaba a la idea de que el hombre introducía ideas en el cuerpo de la mujer a través de la penetración (Lonie, 1981)
Desde esta concepción, las mujeres también tenían testículos pero “menores”, que producían semen. De hecho, Hipócrates plantea que si los dos miembros de la pareja producen esperma fuerte, el bebé resulta varón, y si ambos producen esperma débil, nace hembra.
En el modelo unisexo de Galeno, las mujeres “velludas y viriles” , denominadas como las viragos, son demasiado calientes para procrear y “tan valientes” como los hombres. Por otro lado, hay hombres débiles, demasiado fríos para procrear. Por lo mismo, en el modelo unisexo, el calor no tenía que ver con el género pero sí con la procreación. Y si bien no se escribía sobre deseo lésbico, no era considerado “contra natura” que hombres desearan a hombres.

El personaje de la “Loca Meg”, armada con pintura y sartén en la pintura de Pieter Brueghel el Viejo representaba a la mujer virago, mujer-varonil: pecadora y símbolo de la herejía y la violencia.
Solo los blancos son hombres y mujeres
Por otro lado, “hombres y mujeres” refieren a una denominación sólo para blancos y blancas, ya que el resto de habitantes de territorios colonizados son considerados bestias. La misma suerte corría para las personas esclavizadas, que para Aristóteles no tenían sexo, ya que no tenían importancia política (Spellman, citado por Laqueur, 1992).
El modelo unisexo influenció históricamente en la tesis de la paternidad y los bastardos. Para Isidoro de Sevilla, quien en los siglos VI y VII preparó el primer gran resumen medieval del saber científico antiguo, el padre es quien transmite la sustancia y la sangre a sus sucesores. Los niños ilegítimos son aquellos que sólo descienden de la madre.
En el Renacimiento, los médicos consideraban que había solo un sexo, el masculino. Sin embargo, habían sexos sociales con derechos y obligaciones radicalmente diferentes. El pene constituía el signo más importante de status y de derechos. Además, era signo diagnóstico de las categorías activo/pasivo, caliente/frío, formado/informe (Colombo, 1559).
Desde una investigación sudamericana y decolonial, la feminista María Lugones sostiene que los indios no podían ser hombres y mujeres, sino seres sin sexo-género. En tanto bestias se les concebía como sexualmente dimórficos o ambiguos, sexualmente aberrantes y sin control. “Mujer” apunta a europeas burguesas, reproductoras de la raza y el capital (Lugones, 2012).
S. XVIII, una radicalización de la diferenciación sexual
Desde el s. XVIII, se nombró por primera vez a la vagina y se diferenciaron tanto esqueletos como sistemas nerviosos (Moreau, 1803). El discurso positivista de la medicina mental y sexual nace posteriormente, en el s. XIX y propone una moral relativa a la seguridad pública, modelada por la ciencia y no la religión (Roudinesco, 2006). Toda práctica sexual considerada como perversa: bestialismo, sodomía, fetichismo, masturbación y violencia consentida, ya no son objetos de condena. En la literatura médica ya no se habla más de “culo” y “coño”, dando paso a la higienización del lenguaje, en pos de “objetivizar la sexualidad humana”. Como antecedentes de esto, Roudinesco (2006) relata que Richard Carlile (1790-1843), radical en materia de “políticas públicas” sexuales, planteaba que la masturbación era una amenaza a la solidaridad humana y que conlleva una enfermedad social, por lo que en esta época, se propone la abolición y penalización de la masturbación, prostitución y otras prácticas categorizadas como “contranatura”.
Con el nacimiento de la frenología, comienza a adquirir fuerza la idea de que la forma de la cabeza tenía relación con características de los individuos, reforzando en distintas disciplinas la idea de un determinismo biológico en la “benevolencia” y “amatividad” de las mujeres.

Es importante señalar de paso que también la teoría de Darwin sobre la evolución de las especies, proporcionó una gran influencia cultural para la diferenciación sexual, sobre todo para la concepción de las hembras pasivas que seleccionan como compañeros a los machos más agresivos (Darwin, 1859).
Por último, Laqueur realiza una crítica a la teoría freudiana e hipotetiza que rigidiza aún más los roles patriarcales sobre la mujer. Sin una prueba anatómica, Freud le vuelve a dar importancia al orgasmo clitoridiano, pero como un aspecto inmaduro de las mujeres: la sexualidad clitoridiana daría paso a la sexualidad vaginal de una “supuesta mujer madura”.
“Freud escribe como si hubiera descubierto en la anatomía, la base del género del s. XIX. En una época obsesionada por la posibilidad de justificar y distinguir roles sociales, la ciencia parece haber descubierto en la diferencia radical pene-vagina, no solo un signo de diferencia sino su verdadero fundamento”
Thomas Laqueur, Making sex: body and gender from the geeks to Freud (1992), p. 401
Al haber creado el orgasmo vaginal, el placer femenino queda supeditado a la mirada masculina y patriarcal. En relación a lo anterior, Laqueur concluye el libro argumentando que Freud fue un producto del biologicismo del s. XIX y de una idea de evolución al servicio de la matriz heterosexual patriarcal. Las distinciones sexuales que justificaban las opresiones a la mujer, cambiaron su lenguaje de uno religioso a uno científico e higiénico. Y concluye Laqueur:
“Y así, no gracias a la neurología, sino a pesar de ella, una muchacha se convierte en el ideal de mujer de la burguesía vienesa”
Making sex: body and gender from the greeks to Freud (1992), p. 412
Referencias
- Laqueur, T. (1992). Making sex: body and gender from the geeks to Freud.
Libros citados por Laqueur, que aparecen en el artículo:
- Johnson, B. (1982). The critical difference, citada en Elizabeth Abel, ed. Writing and sexual difference, Chicago, University of Chicago Press.
- Lonie, M. (1986). The hipocratic treatises.
- Schiebinger, L. (1989). The mind has no sex? Women in the origins of modern science, Cambridge, University Press, 1989.
- S.T. von Soemmerring (1788). Sobre la diferencia física entre el moro y el europeo.
- Ryan, M. (1836). A Manual of Jurisprudence and State Medicine, Londres, 2da ed.
- Talmadge, M. (1968). Galen on the usefulness of the parts of the body. Cornell University Press.
Libros citados por el artículo, que no aparecen en el libro
- Lugones, M. (2012). Subjetividad esclava, colonialidad de género, marginalidad y opresiones múltiples.
- Roudinesco, E. (2006). Nuestro lado oscuro: una historia de los perversos.
