La Máquina Abstracta en el capitalismo contemporáneo: una físico-política de quantas y flujos

Se hace una lectura, en clave whiteheadiana, de las nociones de Máquina abstracta y de agenciamiento en Deleuze y Guattari, y se la lleva a un campo de reflexión sociopolítico.

«Abstract painting machine intelligence». Taia Tasman

Máquina Abstracta y agenciamiento concreto

Deleuze y Guattari hablan en Mil Mesetas de una Figura o Máquina abstracta, desprovista de forma, y que es determinante en la concretud de lo que ellos llaman agenciamiento. Allí, cada agenciamiento sería “una multiplicidad, un devenir, un segmento, una vibración” de la Máquina abstracta.  “Y ella, la sección de todos.” (p. 308).

Esa polaridad entre lo abstracto de la Máquina y lo concreto del agenciamiento nos hace pensar en la noción de concrescencia elaborada por Whitehead en Proceso y Realidad, entendida como “el proceso en que el universo de muchas cosas adquiere una unidad individual en una determinada relegación de cada ítem del ‘muchos’ a su subordinación en la constitución del nuevo ‘uno’”[1] (p. 211). Lo cual, puesto en conjunción con el planteamiento de Deleuze y Guattari, nos lleva a que la Máquina abstracta es tanto el universo de los ‘muchos’ como aquello que opera la subordinación a la producción del ‘uno’ constituido por cada nuevo agenciamiento concreto individual.

De esa manera, la concrescencia de Whitehead podría ser entendida como el proceso que va desde la Máquina abstracta al agenciamiento concreto, especialmente si se entiende que este es una multiplicidad que, sin embargo, en su devenir puede ir dejando “unos” a su paso, al modo de una vibración, que aun así va produciendo segmentos. Y la amplitud metafísica de este planteamiento se expresa en lo que plantea el mismo Whitehead:

“El término más general ‘cosa’ – o, equivalentemente, ‘entidad’ – no quiere decir otra cosa que ser uno de los ‘muchos’ que encuentran sus nichos en cada instancia de concrescencia. Cada instancia de concrescencia es ella misma la nueva ‘cosa’ individual en cuestión. No hay concrescencias y ‘la nueva cosa’: cuando analizamos la nueva cosa no encontramos sino concrescencia […] el hecho inescapable fundamental es la creatividad en virtud de la cual no pueden haber ‘muchas cosas’ que no estén subordinadas en una unidad concreta. Así, un conjunto de todas las ocasiones actuales es por la naturaleza de las cosas un punto de partida para otra concrescencia que elicita una unidad concreta a partir de esar muchas ocasiones actuales” (Proceso y Realidad, p. 211)

Los centros de poder y la segmentaridad de lo social

Nos parece que podemos llevar este mismo esquema a pensar la realidad social del poder. Puesto en los mismos términos que usan Deleuze y Guattari para dar cuenta de ello: habría segmentos molares en lo social, al modo de agenciamientos individuales concretos, pero que necesariamente “se hunden” en una “sopa molecular que les sirve de alimento, y que hace temblar sus contornos […]. Y no hay centro de poder que no tenga esta micro-textura” (Mil Mesetas, p. 275). Y sería esta micro-textura, como aquello que está entre la Máquina abstracta y el segmento – podríamos decir, como proceso de concrescencia -, la que explicaría, por ejemplo, el que un oprimido pueda siempre tener un lugar activo en el sistema de opresión. O sea, se trataría allí de una conexión potencial de todo individuo con el proceso de concresecencia que lo hace participar de una Máquina abstracta y, desde ahí, afirmar activamente su sumisión.

De esa manera se entiende que un obrero en un país rico pueda participar activamente en la explotación de los países del ‘tercer mundo’, o en el armamento de dictaduras o en la polución de la atmósfera. La concresecencia que da nacimiento a todo individuo como ese ‘entre’ lo abstracto y lo concreto es lo que, según nuestro entender, se corresponde con la micro-textura molecular que está entre la línea abstracta de sobrecodificación de segmentos duros y una “línea última”, también abstracta, de quantas, entendidos como cantidades intensivas e infinitesimales que están a la base de la producción de individualidades.

Lo que llamaremos, entonces, textura concresecente “No cesa de oscilar entre los dos, y ya sea vuelca la línea de quanta sobre la línea de segmentos, ya sea hace fugarse de la línea de segmentos a los flujos y quanta” (Mil Mesetas, p. 275). Y lo que la hace distinta de la concrescencia en Whitehead es precisamente que se trata de un ir y venir, de una oscilación que puede ir en las dos direcciones, entre los dos polos. Y son las posibilidades de fuga las que, creemos, son las que eventualmente pueden liberar al oprimido de su opresión, en una reversión de la concrescencia. Pero aquí lo más relevante es que es la misma textura molecular la que da pie a una u otra línea, o al proceso que va en una u otra dirección. Esto es lo que es constitutivo de los centros de poder, en el sentido de que es ahí donde está su límite. “Ya que esos centros no tienen otra razón de ser que la de traducir, tanto como puedan, los quanta de flujo a segmentos de línea (siendo solamente los segmentos los que son totalizables, de una manera u otra)” (p. 275). Es ahí donde “encuentran a la vez el principio de su potencia y el fondo de su impotencia”, puesto que

“lejos de estar opuestas, la potencia y la impotencia se completan y se refuerzan la una a la otra en una suerte de satisfacción fascinante que volvemos a encontrar eminentemente en los hombres de Estado más mediocres, y que define su “gloria”. Ya que extraen gloria de su imprevisión, extraen potencia de su impotencia, puesto que confirma que no había elección” (p. 275).

“Es que no lo vimos venir” decían los hombres de Estado mediocres ante la revuelta social. Y es que justamente se trata de las condiciones en que algo se vuelve visible, se vuelve sensible. Eso es lo que se juega en los límites del poder. A ese nivel opera lo que Deleuze y Guattari llaman devenir-imperceptible. Porque lo perceptible no es todo lo sensible. Podríamos decir, que ahí ya se está entrando a lo que Deleuze y Guattari llaman plano de consistencia, en ese límite en que “lo imperceptible es visto, escuchado” (Mil Mesetas, p. 308). Y “todos los devenires, como dibujos de brujos, se escriben sobre ese plano de consistencia, la última Puerta, donde hayan su salida. Ese es el único criterio que les impide alisarse, o volverse nada” (p. 308).

El monstruo frío del Capital

Pensando en que hoy en día vivimos, quizás más que nunca, la consumación del sometimiento del Estado al Capital, nos vemos llevados a sustituir la palabra “Estado” en la increpación que hace Nietzsche, en boca de Zaratustra, en el Discurso “Del nuevo ídolo” (p. 98-99):

“Capital se llama el más frío de todos los monstruos fríos. También miente con frialdad, y esa mentira se desliza de su boca: «yo, el Capital, soy el pueblo».
¡Eso es mentira! Creadores fueron quienes crearon a los pueblos y pusieron sobre ellos una fe y un amor: así́ sirvieron a la vida.
Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y las llaman Capital, ponen sobre ellos una espada y cientos de apetitos.
Donde aún hay pueblo, no se comprende el Capital y se lo odia como si fuera un mal de ojo y un pecado contra las costumbres y los derechos.
Esta señal os doy: cada pueblo habla su propia lengua del bien y del mal, el vecino no la comprende. Inventó su propio lenguaje en las costumbres y los derechos.
Pero el Capital miente en todas las lenguas del bien y del mal; y no importa lo que diga, miente — y no importa lo que tenga, lo ha robado.
Todo es falso en él; muerde con dientes robados, ese mordedor. Hasta sus entrañas son falsas.
Confusión de lenguas del bien y del mal: este signo os doy, como signo del Capital. ¡En verdad, este signo significa la voluntad de muerte! ¡En verdad, hace señas a los predicadores de la muerte!
Demasiados nacen: ¡para los superfluos fue creado el Capital!
¡Pero mirad cómo atrae hacia sí a los demasiados! ¡Cómo los engulle y los mastica y los rumia!
«Nada hay más grande que yo en la tierra: soy el dedo ordenador de Dios — así́ ruge el monstruo. […]
¡Ay, también en vosotros, almas grandes, susurra sus siniestras mentiras! ¡Ay, él adivina los corazones ricos, que gustosamente se prodigan!
¡Sí, también a vosotros os adivina, vencedores del viejo Dios! ¡Os cansasteis en la lucha y ahora vuestro cansancio sirve también al nuevo ídolo!
¡Él querría rodearse de héroes y hombres honorables, ese nuevo ídolo! ¡Le gusta calentarse al sol de las buenas conciencias — ese frío monstruo!
Quiere dároslo todo si vosotros lo adoráis, ese nuevo ídolo: así́ que se compra el brillo de vuestras virtudes y la mirada de vuestros ojos orgullosos.
¡Quiere atraer, con vuestra ayuda, a los demasiados! ¡Sí, con esto se inventó una obra de arte demoníaca, un caballo de la muerte, que tintinea con el atavío de honores divinos!
Sí, se inventó una muerte para muchos, una muerte que presume de ser vida: ¡en verdad, un servicio cordial para todos los predicadores de la muerte!
Yo llamo Capital a aquello donde se encuentran todos los envenenados, los buenos y los malos: Capital, donde todos se pierden a sí mismos, los buenos y los malos: Capital, donde el lento suicidio de todos — es llamado «la vida».”

Y como descripción de los capitalistas que somos todos los que consciente o inconscientemente adoramos a este ídolo, vale decir, los nihilistas, los Últimos Hombres:

“¡Mirad, pues, a esos superfluos! Roban para sí las obras de los inventores y los tesoros de los sabios: a su robo lo llaman cultura — ¡y todo se convierte para ellos en enfermedad y desdicha!
¡Mirad, pues, a esos superfluos! Siempre están enfermos, vomitan su bilis y llaman a eso periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera consiguen digerirse. ¡Mirad, pues, a esos superfluos! Acumulan riquezas y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y primero la palanca del poder, mucho dinero, — ¡estos incapaces!
¡Mirad cómo trepan, estos ágiles monos! Trepan unos sobre otros y se arrojan al fango y al abismo.
Quieren llegar todos al trono: es su locura, — ¡como si la felicidad se sentara en el trono! A menudo es fango lo que hay en el trono — y a menudo el propio trono está sobre el fango.
Todos me parecen locos y monos trepadores y fanáticos. Su ídolo me huele mal, ese frío monstruo: me huelen mal todos ellos juntos, esos idólatras.” (Nietzsche, Zaratustra, Discursos, Del nuevo ídolo, p. 99)

Y es que hoy en día “La Bolsa, mucho más que el Estado, da una imagen de los flujos [de deseo] y de sus quanta” (Deleuze & Guattari, Mil Mesetas, p. 276). Y quizás precisamente porque ahí es donde se hace más evidente el carácter fluido y cuántico del deseo, que adquiere su máxima expresión en el contexto del capitalismo.

Los quanta de deseo son las ocasiones comprometidas, mediante el sentimiento y la aspiración, con “las cosas que por su propia esencia se sitúan más allá de ella misma” (Whitehead, Naturaleza y vida, p. 287): de ahí su carácter de flujo. Y es por eso que

“Los capitalistas pueden manejar la plusvalía y su repartición, pero no dominan los flujos de los que la plusvalía se desprende. En compensación, los centros de poder se ejercen en los puntos donde los flujos se convierten en segmentos: son intercambiadores, convertidores, osciladores. No es, sin embargo, que los segmentos mismos dependan de un poder de decisión” (Deleuze & Guattari, Mil Mesetas, p. 276).

A partir de ahí vemos que los segmentos dependen ellos mismos de la Máquina abstracta como administración de flujos.

“Pero lo que depende de los centros de poder son los agenciamientos que efectúan esta máquina abstracta, es decir, que no cesan de adaptar las variaciones de masa y de flujo a los segmentos de la línea dura, en función del segmento dominante y los segmentos dominados.” (p. 276)

Y el rol que cumplen los capitalistas – o los hombres de Estado al servicio del Capital – es el de operar o asegurar esa adaptación de las variaciones de flujo a los segmentos duros, en lo cual “Puede haber mucho de invención perversa” (p. 276). Allí los flujos operan como factores para el compromiso afectivo que es el quantum de deseo, compromiso que se presta a la idolatría.

Así, si bien cada quanta está ocupado en su propia “autorealización inmediata”, está comprometido con la totalidad del universo de la que es flujo. Por tanto, aquí autorealización no quiere decir autonomía, o al menos no en un sentido absoluto.

Asimismo, la autorealización no implica todavía una forma: la autorealización no es auto-organización. El carácter efímero y singular de los quanta depende y emerge a partir de una dinámica de flujos. Lo cual no quita que pueda tender a una estabilidad relativa: ahí es cuando aparece una organización. Y la organizacíon sí puede ser entendida como el sostenimiento y la propagación de una forma (Kohn, Cómo piensan los bosques, p. 54).

De lo que se trata en todo esto es de una física de flujos y de los quanta en virtud de los cuales estos adquieren una forma.

Una física y una política de la vida

En este punto nos parece relevante resaltar el asunto de la vida al que alude Nietzsche. Porque si él habla de una pseudo-vida en las condiciones del Estado – y para nosotros, en las del Capital – nos parece implicar que aquello que entendemos como organización (tanto la del organismo como la organización social) no da cuenta de la vida en toda su potencia; y en el límite, es una vida que se parece más a la muerte, a una ‘carrera hacia el suicidio’, que a la vida misma.

La organización no es equivalente a la vida. Lo orgánico no es equivalente a lo vivo. Es una dimensión reducida de lo vivo. Un efecto de lo vivo y no su condición. La vida misma es flujo. Y por ello no se reduce a la forma. Eduardo Kohn da ejemplos de procesos de auto-organización en el mundo no-vivo: remolinos de agua circulares que a veces se forman en los ríos, o las estructuras geométricas de los cristales y los copos de nieve (Cómo piensan los bosques).

Lo que intentamos plantear aquí es que hay algo común, en esta física de flujos y quanta, a lo vivo y a lo no-vivo. Lo que se lleva a cabo en todo nivel son operaciones de transformación energética que va desde un nivel propiamente físico a un nivel biológico, y de ahí a un nivel político y social.

A partir de allí el pensamiento busca trazar la historia de esas transformaciones de flujos, y la relevancia de los quanta en ello es que eso se juega a un nivel micro y molecular. Es una microfísica que se corresponde, entonces, con una micropolítica. Política de la cotidianeidad, operando tanto en una dimensión colectiva como individual, en lo consciente y lo inconsciente. Es el discurrir de los flujos traduciéndose en actos: “antes que el ser, está la política” (Mil Mesetas, p. 249).

Notas


[1] Esto también podría ser leído y traducido como “la relegación de cada ítem de las ‘muchas’ [cosas] a su subordinación en la constitución de la nueva [cosa]”.

Referencias

Deleuze & Guattari. Mil Mesetas. 1980

Kohn. Cómo piensan los bosques. 2013

Nietzsche. Así habló Zaratustra. 1883

Whitehead. Proceso y Realidad. 1929

Whitehead. Naturaleza y Vida. 1938

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